sábado, 27 de marzo de 2010

Revista Arte por Excelencias

El olor del Clan

                                                                                                                                       por Cecilia Bayà







Para una mejor comprensión del trabajo de Alejandra Alarcón, talentosa artista de 34 años, debe decirse que nació en Cochabamba, una ciudad de Bolivia donde la familia es una entidad fuerte y apreciada. Se vive de modo apacible y se conservan muchas tradiciones que la creadora acepta y otras que despedaza. Alejandra entra a la Universidad y consigue una licenciatura en Sociología, posteriormente viaja a México D.F. y obtiene la licenciatura en Artes Plásticas en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). Actualmente trabaja de modo intenso entre México y Bolivia, y expone también en Italia, China, USA, España, Brasil, Bélgica, Chile, Canadá, Argentina y Perú.
Paralelamente encuentra el detonante que complementa su interés de realizar un trabajo autorreferencial: el libro Los hijos de Yocasta, de Cristiane Olivier, que critica el sicoanálisis cuestionando el papel que juega la madre de Edipo en su tragedia. La autora postula que Yocasta tiene parte de la responsabilidad del drama que vive Edipo. El libro explica el mito a partir del rol de Yocasta, y desentraña lo oscuro dominante, devorador del rol materno. A partir de ese episodio surge en Alejandra Alarcón una prolífera obra que se convierte en la columna vertebral de su creación, y abarca, dibujos, acuarelas, videos, instalaciones y objetos.
En esta etapa su producción tuvo que ver con el imaginario de los cuentos infantiles, específicamente Blanca Nieves y Caperucita roja. En Blanca Nieves le interesaba la relación de ésta con la madrastra (en realidad, la madre), una relación de rivalidad y competencia de ambas partes. Respecto al trabajo de Caperucita roja, Alejandra comenta: “llegué a un terreno limítrofe, en el que la identidad es una constante negociación con el otro, en el que ‘ser’ no es algo dado e inamovible si no algo más bien cambiante. Caperucita es el lobo y viceversa”.
En Caperucita la más roja, existe un juego perverso: la imagen de niña inocente con la de mujer que conoce y domina la seducción. La perversidad de “niña-inocente” se impone. Los hombres se sienten fuertes ante esa imagen de desprotección: ella “juega” a ser atrapada cuando en realidad es quien lo controla. El poder de la mujer radica en su aparente debilidad.
A nivel plástico, también existe una relación perversa entre la primera apariencia y el contenido de las mismas, relación que refuerza mediante la técnica de la acuarela. La primera impresión, al ver una de las obras, es de atracción. Agrada verlas por su transparencia, pulcritud, colorido; parecen ingenuas, diáfanas e inofensivas. En una segunda mirada aflora la intención real, entonces el impacto es otro. La pulcritud, la transparencia son sólo una forma, ya que el contenido es muchas veces obsceno y grotesco. Es justamente lo que sucede con Caperucita la más roja, en apariencia candorosa, infantil y desprotegida, cuando en realidad es agresiva, instintiva, animal, peligrosa.
Al desmitificar los cuentos infantiles para desmantelar ciertos imaginarios individuales y colectivos que perpetúan una moral civilizadora, Alejandra devela los contenidos inconscientes de los pequeños y grandes dramas existenciales que contienen estas historias. Construye una nueva iconografía a través de su deconstrucción.
Entre las funciones del arte, la redención puede ser un aspecto importante en el trabajo de Alejandra Alarcón a la que llega a partir de la comprensión de la realidad, de las complejas relaciones personales y los comportamientos que generalmente se analizan o comprenden en los campos de la sicología y la sociología, y que ella hurga en sus obras con ironía y humor para negar la posición de víctima o de género débil, hasta dar un giro a los cuentos infantiles y posesionarse en un nuevo lugar. El juego entre inocencia, seducción y poder es el eje que sostiene su obra.
Encuentra recursos poco comunes en el arte contemporáneo del siglo xxi (el uso de la acuarela), como poco frecuente es trabajar con contenidos y estética propias de los cuentos infantiles, otorgarle nuevas dimensiones y tener como resultado una propuesta tan seria que toca las fibras más profundas de nuestra siquis, ese orden de la mente relacionado con el funcionamiento del intelecto, las emociones y la voluntad.
Mi trabajo gira en torno a una preocupación sobre la identidad femenina, transito en un terreno limítrofe, en el que la identidad es una constante negociación con el otro, en el que “ser” no es algo dado e inamovible si no algo más bien cambiante.
Me interesa desmantelar imaginarios que sostienen a la cultura occidental, como la mitología infantil (cuentos de hadas), las bases del imaginario creado en torno a la familia como institución legitimadora de la sociedad. Ahondar en el post feminismo, desde el cual construyo una nueva imagen femenina empoderada en la seducción, pero también peligrosa en su maternidad castradora.*

La serie El olor del clan es uno de los mejores trabajos que Alejandra Alarcón ha desarrollado hasta el momento. Fuerte, inquietante, misterioso, de una extraordinaria capacidad expresiva, de notable madurez en su potencial de transmitir las relaciones del clan familiar. El pulpo es la imagen poética que nos sumerge en el mundo fascinante de relaciones arquetípicas:
me interesa el pulpo por sus características, su textura blanda, mojada. La fisonomía del pulpo alude a los órganos sexuales femeninos (boca dentada) y masculino (tentáculos). Los personajes están relacionados entre sí por lazos de parentesco real o simbólico dentro de un clan.
El clan referido a la familia como grupo en su aspecto biológico y social, con sentimientos genuinos de afecto, de unidad, alto grado de cooperación, modos de comportamientos similares, rituales compartidos, valores reconocidos como comunes, en que se siente una fuerza centrípeta casi inevitable tal vez por tradición, tal vez por percibir la protección incondicional del núcleo, donde los fuertes lazos de consanguinidad trazan pautas de comportamiento reconocibles para el grupo y éste aporta la estabilidad emocional necesaria para liberarse de la célula en ciertos aspectos. Relaciones que navegan entre el reconocimiento y la negación, entre la dependencia y la liberación, entre construir una identidad propia y el deseo de pertenencia al grupo, a la necesidad de linaje.
En un clan las relaciones entre los miembros pueden trascender los lazos consanguíneos o reales, y ser también simbólicos o míticos, así como también tener una estructura matriarcal. Me interesan las relaciones entre los personajes, y los pasajes trágicos que éstos viven, a partir de la recreación de las relaciones que se dan en la familia...
Me interesa con un estigma de pertenencia que sobrepasa la idea de ser parte de algo más grande que los induce a aceptar un destino, destino trágico en el que sus relaciones, amores, odios ya están dados pero puede ser tan fuerte como unir a ciertos seres humanos, hablar de lo que no se ve.
El pertenecer a una familia hace que llevemos estigmas que determinan ciertos comportamientos y, a la vez, nuestros destinos. En la medida en que se está impregnado de ella, éstos determinan la identidad individual: “¿Qué pasa si no los tienes?, es como un estigma de pertenencia que nos sobrepasa”.
Su producción audiovisual es, sin dudas, otra de las acertadas facetas de Alejandra Alarcón. Crea un guión previo y animaciones computarizadas con las que explora aspectos del comportamiento humano donde el humor ácido es un elemento esencial. Usando una cámara de video que le posibilita otra dinámica, construye discursos con una estética propia que la identifica. Una de las obras que se destaca es “Vestido cocido”, animación de pocos minutos en que un pedazo de carne persigue a un vestido, se mete en él y termina cocinado. Alejandra refiere aquí las relaciones víctima-victimario y el vínculo femenino-masculino donde la mujer en el rol de devoradora no es la devorada sino que, muy dueña de sí, detenta el poder y el gozo.




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